La casa de mi abuela - Lesli Michelle Heredia Lugo



Recuerdo muy bien aquella casa en la que jugué, reí y lloré cada diciembre de mi infancia. Me emocionaba muchísimo ver aquel lugar cada vez que atravesaba su puerta de madera, ya sin seguro, porque mis abuelos nos esperaban a mi familia y a mí al final de un camino muy corto rodeado de diferentes tipos de flores, árboles y otras plantitas.
Respirar profundamente mientras caminaba por ahí me producía calma. En el porche, siempre se encontraban dos sillas mecedoras, y enfrente, un pequeño patio con más plantas, arbustos y una hamaca amarrada a dos árboles muy grandes. Mis abuelos siempre estaban allí para recibirnos con una gran sonrisa y un abrazo tan fuerte que cuando terminaban me sentía mareada por falta de oxígeno. Cada 25 de diciembre, en medio del patio, encendíamos una fogata, comíamos bombones y mis abuelos contaban historias de su juventud.
En la sala, donde mi abuela veía sus novelas favoritas, la televisión siempre estaba encendida. En una esquina, encima de una pequeña mesa redonda, se encontraban el teléfono y una libreta donde mis abuelos anotaban el número telefónico de todos sus conocidos -aunque a mi me gustaba usarla para plasmar mis "obras de arte" y una que otra cartita para mi abuela-.
Recuerdo que esa casa siempre olía a comida. Mi abuela disfrutaba mucho alimentarnos y a mí me encantaba ayudarla a cocinar. Cuando terminábamos de preparar cualquier comida, salíamos al patio trasero y arrancábamos muchas toronjas de un gran árbol, porque mi abuela sabía lo mucho que me gustaba el agua de toronja.
En ese mismo patio, mi abuela tenía muchos árboles frutales, pero mi favorito era el de guayaba. Cuando mis papás no sabían nada de mí por un rato, era porque estaba sentada debajo de aquel árbol comiendo guayabas. Cuando ya no podía comer más de esa fruta, me cambiaba al árbol de tamarindo, del cual me caí varias veces.
Al llegar la hora de dormir, yo corría a la velocidad de la luz a lavarme los dientes y ponerme mi pijama para irme a dormir a la habitación de mis abuelos. Ellos tenían un ropero inmenso, o al menos así lo veía yo cuando tenía 5 años. En su habitación había también un mueble muy grande lleno de fotos de toda la familia. En una foto, aparecía yo sonriendo sin un diente, en otra, estaba vestida de hada, y en otras tantas -no poco vergonzosas- salía con el resto de la familia.
Siempre me acostaba en la cama de mis abuelos a las 9:00 p.m., y mientras me quedaba dormida, ellos me daban consejos y me platicaban una que otra historia sobre mi papá cuando apenas era un niño. En aquellas almohadas hechas por las manos de mi abuela, yo cerraba mis ojos y quedaba profundamente dormida. Así, recuperaba energías para el día siguiente volver a caerme del árbol de tamarindo.

Publicar un comentario

Copyright © Tijuana cuenta. Designed by OddThemes