La ciudad de la tranquilidad - Diana K. Rodríguez Meza

Hastiados  por la rutina, la familia Meza decidió dar inicio a un episodio que los transportaría al sureste de Baja California. El camino era largo y agotador, pero salieron sin planeación alguna, lo que se vio reflejado en la primera parada del camino. No había habitaciones disponibles para dormir en los hoteles de esa zona, lo que conllevó a una larga perorata entre los mayores. Sin más que hacer, yacieron en el automóvil aquella noche. 

El sol no tardó en salir y uno de los más jóvenes decidió explorar la zona. Se adentró en unas minas abandonadas que se encontraban en los alrededores, sacó su cámara y comenzó a capturar cada rincón de aquel lugar. Una vez finalizado su cometido, regresó a dar aviso a los demás para que exploraran el lugar como él lo había hecho; pero como ninguno mostró interés alguno, decidieron continuar con el trayecto.

Horas más tarde encontraron un lugar para hospedarse: Yeneka, un sitio bastante peculiar. Desde la recepción, podía apreciarse un desorden total. Automáticamente, los mayores del grupo pensaron que era un lugar de mala muerte. Los jóvenes, por el contrario,  lo encontraron cautivador y único. Era un lugar repleto de historias. Había aquí y allá fósiles de animales, atrapa sueños, máquinas de escribir, lámparas de petróleo, bicicletas colgadas en el techo, boyas japonesas, partes de automóviles, e incluso objetos que a simple vista parecían chatarra.

Los mayores, cegados por el cansancio, accedieron a hospedarse en ese lugar. Una vez dentro de sus habitaciones, se desplomaron. Los demás decidimos dar una caminata por las pintorescas calles de la ciudad de la tranquilidad. Recorrieron el malecón y transitaron por donde el espíritu fiestero se hacía notar.

Cuando se hizo tarde, decidieron que era hora de regresar al hotel. Al llegar a sus respectivas habitaciones, los jóvenes notaron cierto ambiente cargado de angustia y desesperación. Los que se quedaron estaban tratando de encontrar algo. Al tratar de indagar en el asunto, la abuela de los jóvenes sólo sonrió y contestó que no era nada importante, que mejor descansaran. Y así lo hicieron.

Al día siguiente, todos despertaron al escuchar un grito estremecedor. Ese grito fue nada más y nada menos que de  la menor de la familia, la cual  tenía una tarántula en su cogote. Logró quitársela de encima y perdieron de vista al animal. Después de aquella situación, ya nadie quería permanecer en ese lugar, así que prepararon sus cosas y se alistaron para continuar el viaje.

Tras andar un largo trecho llegaron al punto más meridional de la península. Era momento de disfrutar lo que prometía ese fantástico lugar, pero no se imaginaban que lo que habían pasado en la ciudad de la tranquilidad, era sólo el principio de una serie de eventos desafortunados. 

(Continuará...)


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