Cimarrona - Yahaira Anahí Gómez Méndez


El proceso para ingresar a la universidad fue todo un caos. Primero que nada, no tenía idea dónde se encontraba la facultad de idiomas. Así que ya me pueden imaginar, desde el estacionamiento de la facultad de medicina, buscando mi destino. Estaba tan perdida que llegué hasta la cafetería sin ninguna pista. Por ello decidí preguntarle a una muchacha que se encontraba cerca. Ella me dio una serie de coordenadas para poder localizar el edificio.
Llegué a tiempo y esperé aproximadamente veinte minutos a que se presentara el encargado de realizarnos el examen de admisión. Luego, fuimos entrando al salón por orden de lista. Cuando el encargado me nombró, pasé y le mostré los documentos requeridos. El problema fue que absolutamente todos los que iban a hacer el examen llevaban lápices; en cambio, ¡yo llevaba una lapicera!
Realicé el examen de esa manera. Al salir, esperé a dos amigas que también hacían el examen. En cuanto las vi, les pregunté si creían que existiera algún problema o inconveniente con mi examen por no haberlo realizado con lápiz sino con lapicera. Pensé lo peor, que no sería válido porque no se podría leer -ya que una máquina los revisa y tiene requisitos de llenado-. Así, de sentirme feliz y satisfecha, pasé al otro extremo. Me encontré angustiada, preocupada, arrepentida por no haber llevado un lápiz normal o tan siquiera haber pedido uno prestado.
No me quedó más remedio que dejar las cosas en manos del destino y esperar la fecha en que arrojarían los resultados. Sin más que hacer, el tiempo fue transcurriendo junto con mis nervios y miedos hasta que llegó el día esperado -no solo por mí, sino por miles de otros jóvenes-.
Esa noche no pude ingresar a la página de la UABC por lo saturada que estaba. Intenté por una hora hasta que me di por vencida. Era imposible ingresar. Decidí dormir y al día siguiente, en cuanto despertara, ingresar a la página. Pero esto no fue necesario. A las cuatro de la madrugada, el sonido de mi celular me despertó. Tenía una llamada entrante, precisamente de una amiga que también había realizado el examen para la universidad.
Contesté aun adormilada. No esperaba su llamada en plena madrugada. Me saludó con mucho entusiasmo. Se escuchaba feliz. Me comentó que había logrado quedar seleccionada para ingresar en agosto a la UABC y me preguntó si ya yo había logrado saber mi resultado. La felicité, y como es de esperarse, fui rápido por mi laptop para ingresar a la página.
Me encontraba nerviosísima. Quería leer que sí había sido seleccionada. Por un momento, tardé en darle clic a “Ingresar”. Imagínense no haber quedado. Mi amiga seguía en la línea telefónica. Por fin ingresé y ¿qué creen? ¡QUEDÉ SELECCIONADA! Las dos empezamos a gritar y festejar sin importar la hora. Me sentí dichosa, orgullosa de mí. Fue una experiencia única, ya que muchos no logran experimentarla. Ahora puedo decir que soy CIMARRONA.

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