Oscar y el malandro - Espinoza Espinosa




6 de agosto de 2018: Primer día de clases, primer día en Tijuana. Oscar llega tranquilo y con la calma que suele tener, piensa en qué le esperará en esta ciudad.

Desde que tiene memoria, las noticias lo han bombardeado con la idea de que ningún lugar de Tijuana es bueno para vivir: oleadas de matanzas, secuestros, violaciones; en fin, nada agradable. Sin embargo, le parece ilógico que ahí resida la mayor población de Baja California y piensa, basándose en este hecho, que si es así es porque debe ser una ciudad buena con oportunidades. 

Los primeros días en Tijuana, aunque se siente algo preocupado cuando camina a las nueve o diez de la noche hasta su casa, no ve más problemas que la alta cantidad de vagabundos y gente necesitada (situación bastante preocupante, pero no que provoque de facto inseguridad). Además, se percata de lo mal y apresurado que conducen todos.

18 de agosto de 2018: A Óscar lo invitan a varias salidas nocturnas, pero no es hasta la segunda semana de clases que encuentra la confianza para, al fin, salir de casa. En esa ocasión visita un bar en la Plaza Fiesta. El ambiente es muy bueno y le recuerda a “La Primera” de su antigua ciudad. Todo en orden.

13 de septiembre de 2018: En esta fecha, después de haber salido cada fin de semana pasándosela cada vez mejor, Oscar se siente con la total confianza de estar en cualquier lado —claro, siempre tomando precauciones. 

En la noche, al salir de la universidad, toma un camión hacia la Plaza Libertad, que es por donde vive. En la plaza necesita tomar otro camión o un taxi hacia su casa, aunque quede bastante cerca.

Oscar decide esperar el camión porque es más barato, y deja pasar varios taxis de ruta. Sin embargo, su espera se extiende y alrededor de las diez de la noche aún sigue ahí. Es entonces cuando un sujeto con aspecto de malandro se le acerca.

—¿Qué onda carnal no traes una moneda para el pasaje o qué? —dice con un tono algo agresivo.

—¿Una moneda? ¿Pues qué pasó o qué pedo, cuánto ocupas? Porque la neta nomás traigo pal’ mío. —Responde Oscar para seguirle la corriente.

—Vale verga we, me acaba de levantar la placa, me bajaron 400 varos y uno quiere hacer las cosas bien wacha, traigo cuete y todo. —Se queja mientras le muestra una pistola de 9mm dentro de un bolso. 

—No mames carnal, pues ni pedo wacha la neta no traigo nada, nomás traigo cinco pesos y mi pasaje, ni modo de irme a pata. 

—Chingado uno que quiere hacer las cosas bien pero pues no lo dejan, ni pedo we voy a ver dónde levanto feria. 

—Arre we. 

A Oscar no le impresiona esta situación. Sabe, por experiencias previas, ciertas formas para tratar a este tipo de gente. Sin embargo, lo que no sabe es qué hubiese sucedido si ese encuentro no se hubiera dado en una parada de autobús y, en cambio, hubiese ocurrido en una calle oscura y alejada de la gente. No sabe, pero tiene una idea. El mejor resultado hubiese sido un simple despojo de sus pertenencias. El peor, que le arrebataran la posibilidad de narrar su experiencia.


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