Mal juego - D. R.


Estoy sentada en el sillón de la sala, viendo la televisión con mi hermano Edgar. Él tiene diez años, yo tengo cinco, pero mañana cumplo seis. Son alrededor de las siete de la noche y mi madre ya nos bañó, nos está haciendo de cenar mientras esperamos a mi padre. 

Ya ha pasado una hora y mi padre no llega. Empezamos a cenar mientras mi hermano me cuenta sobre la fiesta que me harán en el colegio. Me emociona mucho mi cumpleaños, pues es la primera vez que me harán una fiesta en la escuela. Es mi primer año escolar y, para mi suerte, mi hermano está en el mismo colegio. Él está en primaria y yo en preescolar. 

Después de la cena, mi hermano me lee un cuento, igual que cada noche. Para las nueve debemos lavarnos los dientes e irnos a la cama. Mi hermano es muy protector, compartimos un cuarto y cada uno tiene su cama, pero ya acostados yo suelo levantarme e ir a a su cama. A él nunca le molesta. Necesito dormir con él porque cada noche se escuchan gritos, golpes, platos rotos, portazos, todo… y más durante la madrugada. Él es mi refugio, pero no siempre lo puede ser. 

Después de acomodarme en su cama, me duermo plácidamente. Es ya tarde cuando una sacudida me hace abrir los ojos. Lo primero que veo es a mi papá jalando del brazo a mi hermano. Él, con lágrimas en los ojos, le ruega que lo suelte, le grita, pero a mi papá no le importa nada. La puerta está abierta, así que desde donde estoy veo la sala destrozada, y en ella a mi mamá en el suelo boca abajo. En ese instante salgo y corro hacia ella, con el corazón latiendo a mil por hora. Le sacudo el hombro, pero no responde. Hago el intento de voltearla y veo sangre en su rostro. No tengo fuerza para girar su cuerpo, me congelo y empiezo a llorar. Empiezo a gritar desesperadamente: “¡Mamá, mamá! ¡Despierta!”. La agito para que despierte, pero no obtengo respuesta. A mis espaldas mi hermano grita “¡Auxilio!” con la voz ronca, agotado.

Sin saber qué hacer busco la salida al patio delantero y noto que está todo abierto, tanto la puerta principal como la reja. Entonces decido correr directo hasta la casa de nuestra vecina de enfrente. “Ella es grande, ella sabe qué hacer”, pienso. Ante su enrejado grito lo más alto que puedo: “¡Vecina! ¡Vecina!”. Casi al instante la luz de su patio delantero se prende. Una señora mayor sale rápido con cara de horror. Imagino que ver a una niña de cinco años a altas horas de la madrugada debe de espantar. No me pregunta nada, entra de nuevo a su casa y tarda un poco, pero cuando vuelve a salir trae con ella un bate de beisbol. Sabía qué era porque mi hermano tenía uno similar. La señora me mira con seriedad y me pregunta: “Corazón, ¿dónde está tu hermano?”. Con un nudo en la garganta, sin saber qué decirle, le contesto: “Está con mi papá”. Ella, preocupada, me toma de la mano y caminamos rumbo a mi casa. 

Al entrar a la casa, ve a mi mamá tirada en el piso, entonces centra su atención en ella. Me doy cuenta de que no hay nadie gritando, entonces le digo: “No escucho a mi hermano”. La señora no me hace caso porque está ocupada con mi mamá. Con miedo me alejo de ella para buscar a mi hermano. Entro al baño, busco en la regadera, pero él no está. Me dirijo al cuarto de mis padres. Está obscuro. Prendo el foco sin saber que mi padre esta ahí, tirado en la cama, con una cerveza en una mano. Me da miedo, pero necesito saber dónde está mi hermano. Entro y busco en el armario y debajo de la cama. No lo encuentro, apago el foco y salgo.

Al salir veo que mi mamá está despierta, habla con la señora y llora. Yo también empiezo a llorar al ver el rostro de mi madre con cortadas, golpes e incluso con quemaduras. Ella me habla: “Ven mi rana, dame un abrazo”. Corro hacia sus brazos, llorando, sin entender por qué pasa esto cada vez que mi papá trae una cerveza en sus manos. “No encuentro a Biyik”, le digo a mi mamá. Poco a poco ella se levanta, me carga en sus brazos y sale al patio trasero. Ahí está mi hermano escondido detrás de la pila de agua. Nos ve y corre hacia nosotras. Mi mamá me baja y le dice a mi hermano: “Ve por tu maleta roja, toma tu mochila y trae la de Diana también”. 

Mi hermano sabe qué debe hacer de inmediato. Me toma de la mano y nos vamos al cuarto por las cosas. Tomo mi cobija rosa favorita y salimos del cuarto aún tomados de la mano. Mi mamá tiene todo listo en el carro, nos sube a nosotros y sale despacio. Me duermo en el camino y despierto en casa de mi tía Silvia. Otra vez estamos en casa de mi tía Silvia. Pienso entonces que estamos jugando mucho a esto, y este juego no me gusta.


Publicar un comentario

Copyright © Tijuana cuenta. Designed by OddThemes