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Miedo - Iris N. Viveros
Clo 9:40:00 a. m. 0
El miedo es una emoción natural en el ser humano, provocada por la percepción de un peligro, amenaza, o la aversión al riesgo. A mis once años de edad había sentido miedo a muchas cosas: a los fantasmas, a las historias de terror, a perder de vista a mis papás en el supermercado; pero nunca había sentido ese tipo de miedo que te paraliza y te nubla la vista. No hasta junio del 2008.
Me encontraba en el banco con mis papás, mi hermano menor y Mimi, una french poodle blanca. Mis papás iban a depositar en su cuenta bancaria una gran suma de dinero que habían ahorrado. Mientas ellos estaban dentro del banco, mi hermano y yo cuidábamos de Mimi en la entrada. Jugábamos con ella cuando me percaté de una escena alarmante: el guardia que se hallaba en el estacionamiento frente al banco caminaba hacia la entrada del mismo, pero no iba solo; una persona con sudadera negra, que lo rodeaba con los brazos, le apuntaba con un arma al nivel de las costillas. Pude ver el miedo en los ojos del guardia. Yo sentí mi propio miedo propagándose por mi cuerpo.
“Vente”, le dije a mi hermano, y entré al banco en busca de mis papás con Mimi en los brazos. Vi primero a mi mamá, quien se encontraba frente a una de las cajas. Corrí hacia ella con mi hermano siguiéndome los pasos y ella nos abrazó en cuanto nos topamos. Pude notar su cuerpo tenso por el miedo. Le pregunté por mi papá y ella respondió que no sabía. Volteé hacia atrás para buscarlo con la mirada. Lo encontré cerca de las ventanas del banco, donde una persona le apuntaba con un arma y le pedía que le entregara sus pertenencias. Mi cuerpo se heló. Le chillé a mi mamá lo que vi y ella, dándome palabras de consuelo, me silenció. En ese momento uno de los asaltantes se acercó a la caja de al lado y golpeó la ventanilla con la mano, gritando y exigiendo a la cajera que le entregara el dinero. Llevaba un arma y una bolsa.
Sentí que todo el cuerpo me temblaba, mi miedo sólo aumentaba con cada segundo. Recuerdo haber pensado “Por favor, que Mimi no vaya a ladrar”. No quería atraer atención innecesaria hacia nosotros. Por suerte, ella se mantuvo tranquila. Creo que también sintió miedo.
Cuando al fin los asaltantes se fueron, parecía que el lugar entero volvía a respirar. Se escuchaban lloriqueos y todos mostraban la misma expresión. Minutos después, el banco se encontraba lleno de policías y paramédicos. Nadie resultó herido de gravedad. Los policías escribían los testimonios de cada persona en el banco.
–¿Cómo era? ¿Qué ropa llevaba? ¿De qué color? –Me preguntó uno de los policías mientras anotaba en un cuaderno. Yo respondí lo poco que mi traumada mente pudo recordar.
Hicieron recuento de lo que los asaltantes se robaron. A mi papá le quitaron su cartera, con todo el dinero que planeaba depositar en su cuenta, y sus tarjetas de identificación y bancarias. Al final, todo lo que se llevaron fue material, excepto por nuestra paz mental.
Tras lo ocurrido, mi hermano resultó ser el más afectado. Durante las semanas posteriores al asalto no dormía con las ventanas abiertas, siempre alerta y tomando cuidado extra al cerrar la puerta de nuestra casa. Tenía miedo. Miedo de que los asaltantes entraran a casa. Le daba miedo estar en su propio hogar. Yo no lo mencioné, pero compartía su sentimiento. Con el tiempo lo superamos.
Historias como esta pasan todos los días en México. No solo asaltos a bancos. La delincuencia en nuestro país es el problema más común, y se incrementa progresivamente cada año. Los avances para lograr la disminución de este ascenso delictivo son muy lentos. Vivimos con miedo a salir a las calles, de realizar actividades tan comunes como tomar el transporte público. Esa esfera de miedo que hemos creado nos obliga a renunciar a la libertad.
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