Aceptación - Sergio I. Rangel

Era un día normal en la secundaria. Platicaba con mis compañeros y asistía a clases. Ese día en particular tenía planes para reunirme a jugar videojuegos con mis amigos. Lo único que pasaba por mi mente era la hora de salida y relajarme de las tareas escolares.
Cuando llegó el momento de irnos, nos reunimos en la entrada de la escuela para irnos con el amigo que pondría la casa, ya que no todos sabían exactamente dónde vivía. Una vez en la casa, preparamos todo lo que creímos que íbamos a necesitar (sillas, controles, botanas, cojines, etc.).
Pasaron alrededor de dos horas y a mí se me antojó una paleta helada o una nieve, así que me dispuse a ir por ella. Un amigo decidió acompañarme. Nos dirigimos a una papelería que estaba a unas cuadras. En el camino de ida, hablamos únicamente de cosas de la escuela; pero ya de regreso, el tema fue muy diferente. Él me preguntaba cosa como “¿aún no tienes novia?”, “¿te gusta alguien?”, a las cuales yo respondía con un “¡NO!”.
Unas cuantas cuadras antes de llegar a la casa de nuestro compañero, mi amigo me besó. En ese instante quedé en shock. No por lo que acababa de suceder, sino por las diversas preguntas que tenía en mi mente desde hacía tiempo y que ahora se avivaban; aunque la más importante surgió en ese momento: “¿Por qué me había gustado ese beso tan repentino?”.
El resto de la tarde transcurrió como si nada hubiese pasado. Justo cuando llegué a mi casa, quise aclarar mis dudas. Busqué en sitios web, miré videos, y todo me llevaba a lo mismo: “¿Acaso yo era gay?”.
Me daba pena tocar el tema con mi familia y amigos, pero sabía que necesitaba ayuda de alguien. Convencí a mi hermana de que me llevara con un terapeuta. Después de la sesión, básicamente tenía las mismas dudas; pero tenía algo claro, todo dependía de mí.
Luego conocí a un muchacho gay. Nos hicimos buenos amigos y me contó historias de él y su novio con las cuales me sentí un poco identificado.
Al pasar de los meses acepté lo que pasaba. Le dije a mis amigos más cercanos lo que había sucedido y les confesé que me gustaban los hombres. Al principio, pensé que no lo tomarían nada bien, pero resultó ser todo lo contrario. Por primera vez, sentí que era yo mismo, al menos con ellos.
Unas semanas después, decidí contarle a mi familia. Ellos también lo tomaron muy bien. Tuvieron conmigo una plática de dos horas donde cada frase terminó en “siempre tendrás nuestro apoyo”. Hoy en día, disfruto mi vida siendo un chico abiertamente gay.




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