La Noche - Jesús Gallardo




I: Estoy esperando una cheve en la barra de una cantina que no frecuento. El barman, un gordito de metro y medio con bigote y sin cabello, hace un esfuerzo mayúsculo para sacar las cervezas más heladas del fondo de la hielera. Preparo otro dólar. Mientras el cantinero se empeña en su cruzada, en la rocola suena “Soldado” de Cultura Profética. A mis amigos les gusta escuchar esa rolita cuando fuman. Volteo rápidamente, como persiguiendo un recuerdo. Alcanzo a ver un viejo que se duerme recargado en una escoba y las mesas de plástico de la Tecate bañadas por luces de colores. Al fondo, la luz del baño parece desentonar con el lugar. Pero eso es todo. - Ahí está, joven -. En la barra yace una ballena Pacífico sudando de fría. Pago setenta y cinco pesos. -¿Vasos?-. -Dos, por favor-.  Y pongo un dólar en el tarro de vidrio de las propinas. Tomo mis cosas y me voy a sentar. Sirvo un vaso y dejo el vacío en el lugar de enfrente. Pongo la botella en medio de la mesa. El ajedrez está puesto y mi contrincante no se decide a llegar.

II: Me gusta caminar de noche por la Revu. Unas chicas ríen y se abrazan para no caerse. Hay una pareja besándose. Un músico callejero toca “La Bamba” con la guitarra desafinada. Ella va delante hablando por teléfono. Veo su silueta contrastar con las luces de la calle y la gente que pasa de largo. Cuelga y se detiene. - Aquí es -, me dice. Entramos a un lugar que tiene música de los ochenta. Suena “Take On Me” de A-Ha. Ella va directo a la barra y pide dos cervezas. -¿Dónde nos sentamos?-, le pregunto. Se voltea a verme extrañada. -¿Sentarnos?-. Me toma de la mano y caminamos hacia un chingo de gente que baila extasiada. Comienza “Never Gonna Give You Up” de Rick Astley. -Esta rola me gusta-, le digo mientras hago un pobre intento de bailar. -A mí me da risa-, me responde. -No sé qué dice pero me gusta el ritmo-. Bailamos un rato. Bueno, ella baila mientras yo hago unos pasitos ridículos. Nos acabamos la cheve. Se queda bailando mientras voy por más. Llego a la barra y pido dos. Estoy borracho. Desde ahí puedo ver todo el panorama. Alguien se le acerca y ella, sin dejar de bailar,  lo saluda con un beso en la mejilla. Él le dice algo. Ella, moviéndose con la música, responde  varias veces que no con la cabeza. Él intenta abrazarla, ella se suelta y se dirije a la barra. El hombre se queda un momento viéndola y luego se dirige a la salida. Pienso que es más guapo que yo y siento un leve piquete en los intestinos. Me volteo hacia la barra y hago como que no vi nada. Siento la mano de ella en mi espalda. -Vámonos-. -Ya pedí la cerveza-. Ella toma una botella, la bebe de un solo golpe y la vuelve a poner sobre la barra con cierta violencia. Hago una breve pausa inducida por la estupefacción e inmediatamente después la imito -aunque sin tanto vistuosismo-. Salimos rápidamente mientras suena “This Charming Man” de The Smiths.

III: Son las dos y algo de la mañana. Hace una media hora que me despertaron las sirenas de la policía. No fumo pero estos cuartos siempre huelen a humo. Cuando desperté ella ya no estaba. Pienso en que así es esto. Pienso en que quiero bañarme pero suena el teléfono. Me dicen que tengo diez minutos para salir. Qué triste quedarse dormido tanto tiempo. Me levanto y un ligero dolor de cabeza me recuerda que sigo borracho. Me visto rápidamente. Tal como decían en aquella serie de televisión: “Nada bueno pasa después de las dos de la mañana”. La Revu se ve diferente, alegre-triste. Hay gente llorando con sus amigos, gente riendo sola en las banquetas, gente hablando por teléfono sin tener idea de donde está. Llego a un puesto de tacos con mala pinta pero no me importa. Pido dos con todo. Los como y sigo mi camino. Llego al estacionamiento, me subo al carro. Veo mis ojos en el espejo. Pienso que sí puedo manejar. En el radio, está por terminarse “Maggie May” de Rod Stewart. Salgo del estacionamiento trazando mentalmente una ruta para que no me toquen los retenes del alcoholímetro. Llegando a Zona Río, empieza “Dreams” de Fleetwood Mac. Cuando Stevie Nicks empieza a cantar los primeros versos siento un vacío en el pecho. Me recuerda una noche lejana, en una playa lejana, con alguien también muy lejano. Respiro profundo. Siento una punzada en las tripas y tenso la mandíbula. Quiero vomitar. Me detengo frente a la comida china detrás de Plaza Fiesta. Abro la puerta y saco medio cuerpo. En lugar del vómito, de mi boca sale un enorme sollozo acompañado de unas lágrimas. Me toma por sorpresa y me detengo a mí mismo. Me quedo como idiota unos momentos contemplando un terreno vacío. Un guardia de seguridad que me escuchó llega a preguntar si estoy bien. Le digo que sí, que me dio un dolor en el estómago. -Ha de ser por la cerveza-, me dice. Con los ojos húmedos le digo que a lo mejor sí. Nos despedimos. Enciendo el carro, apago el radio y me voy despacio. En la vía rápida solo escucho el viento y el sonido de los carros que me rebasan. Llego a mi casa, me bajo del carro y me quedo viendo el cielo un momento. El sol aún no quiere salir. A lo lejos alguien canta una canción de los Cadetes de Linares.

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