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La sonrisa temblorosa de mi vida - María del Carmen Rosales
Clo 10:15:00 a. m. 0
En esta familia hay cinco hijos, pero sobresalen los dos menores, Ángel y Eduardo. Recuerdo pasar los días escuchando risas y gritos de los pequeños, siempre traviesos, mientras jugaban hasta terminar empapados de sudor. Como hermana mayor ya no me interesaba mucho jugar con ellos, pero de vez en cuando lo hacía. Era divertido verlos y escucharlos reír, volvía un poco a mi niñez. Ahora me doy cuenta de que no aproveché el crecimiento de ellos, cómo en un abrir y cerrar de ojos crecieron y me llegaron a la cintura.
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Todo marchaba bien con los dos, hasta que un día al más pequeño, Eduardo, le salió un moretón del tamaño de una nuez al costado de su cadera y tuvo un extraño crecimiento en el estómago. Mis padres decidieron llevarlo al médico. En un principio no era algo tan grave, simplemente su hígado se hinchó, pero con el medicamento que le recetaron se pondría bien. Con el pasar de los días no se vieron cambios, así que acudieron al seguro para indagar un poco más en la causa de eso. Le realizaron estudios y tuvieron que internar a Eduardo. Mis padres nos comentaron sobre esto, sin embargo, no pensamos que estaría mucho tiempo en el hospital. Al pasar tres días y saber que aún estaría más tiempo internado, lo empezamos a extrañar. Fue difícil estar sin él, pues a pesar de tener cinco años es un niño muy ocurrente, muy gracioso e inteligente, y se extrañaban sus ocurrencias.
Al no estar mamá en casa, yo, como la hermana mayor, pasé a hacerme cargo de la casa: limpieza, comida, etc.; aunque conté con la ayuda de los demás. Como mi mamá no estaba no comía a mis horas y no me alimentaba del todo, pero yo no le daba importancia. Simplemente, durante esa espera, deseaba de todo corazón que mi pequeño hermano no tuviera nada malo. Rezaba por su bien, y daba gracias por los estudios que le realizaron así como por los aparatos con los que lo hicieron.
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Llegó el día de realizar el examen de admisión a la universidad. Iba nerviosa y con miedo a no entenderlo, pues cuando me pongo nerviosa me bloqueo. No obstante, me tranquilicé y lo hice. Al acabar, procedí a tomar el camión para regresar a casa, a una hora más o menos de camino. Al llegar vi a mi mamá con una mirada triste. Supuse que sabía algo malo, pero no pregunté para no incomodar. Seguí como si nada, comí y subí a mi cuarto.
Mi mamá notó que yo estaba un poco delgada, más de lo normal, por lo que me dijo que comiera, que no quería que me enfermara. Le comentó a mi papá, y decidieron decirme lo que tenía mi hermano. Mi papá me dijo: “Tu hermano tiene leucemia, cáncer en la sangre”.
Al terminar de escuchar esa oración me solté a llorar, pues por más que pedí que no tuviera nada malo, no resultó el rezar. Mi papá me abrazó y me dijo que todo estaría bien. No me desahogué del todo, ya que mi otro hermanito fue a preguntarle a mis papás y no quería que me viera llorar. Sequé mis lágrimas como si nada pasara, aunque pasaba de todo por mi mente.
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El 7 de julio era el cumpleaños número seis de Eduardo, pero él se encontraba en el hospital, así que no se pudo celebrar. Mis padres se turnaban, para que cuando mi papá saliera de trabajar o no trabajara mi mamá viniera a comer y bañarse. Ese día mi papá se había quedado con Eduardo, y no pudimos hacer video llamada con él porque mi papá no supo —al parecer era demasiada tecnología para él—, así que esperamos a que mi mamá fuera al hospital. Mi mamá mandó un mensaje diciendo que Eduardo estaba triste porque nadie le había dicho nada de su cumpleaños, que nos habíamos olvidado de él. Obviamente de inmediato le llamamos. Estaba un poco enojado, pero nada que no se solucionara con una canción de cumpleaños.
El 30 de julio, en mi cumpleaños número dieciocho, mi papá me llamó deseándome un feliz cumpleaños. Me confesó que él tenía planes para celebrar la fecha, pero por obvios motivos no se podía. Le dije que estaba bien, que no se preocupara. Solo quería que mi hermano estuviera bien. ¿Quién tiene contemplado en sus planes que su hijo tenga leucemia?
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La casa recibió unos cambios, ya que se tuvo que hacer un nuevo cuarto pequeño para Eduardo, con el fin de que no tuviera que subir escaleras. Debía ser un lugar muy limpio. Mis papás nos explicaron los cuidados que debíamos tener con él, ya que sus defensas estaban muy bajas y eso lo hacía mucho más débil. Él eligió el color azul para las paredes. Le mandábamos fotos de cómo iba quedando su cuarto y obviamente se emocionaba. Era como tener una relación a distancia.
Lo hicimos todo con prisa, ya que le darían unos días de alta a Eduardo. Limpiamos como nunca habíamos limpiado, para tener todo listo y dar la bienvenida a mi hermano. Incluso decoré con unos globos para darle ese toque de que lo esperábamos con muchas ansias.
Por fin llegó el día en el que regresaría a la casa. Todos estábamos muy emocionados, más Ángel, ya que él era su compañero de juegos. Cuando llegaron mi papá lo sostenía en sus brazos y lo sentó en el sillón. Mi mamá le dijo a Eduardo que nos diera un abrazo. Él se levantó del sillón, pero no pudo sostenerse por lo débil que estaba. Obviamente reaccionamos rápido y lo agarramos. Yo soy muy sentimental, y se me salieron unas lágrimas al ver lo débil que venía, pero aun así venía feliz. Después de eso, lo abracé. Fueron muchos sentimientos los que se dieron.
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En ese transcurso Eduardo iba a consultas, se quedaba internado una semana por las quimioterapias y ya después regresaba a la casa. Fue difícil ver las reacciones de los medicamentos. Le reducían el apetito, se debilitaba mucho, perdió peso. El doctor comentó que también podría ponerse agresivo a causa de los tratamientos. Efectivamente, se puso un poco rebelde, pero nada que afectara demasiado.
Eduardo consiguió un nuevo “hermanito”, un niño que tenía lo mismo que él. Recibían su tratamiento al mismo tiempo. Luego se volvió el consententido de algunas enfermeras.
El 30 de octubre se festejó el cumpleaños de mis primas. Una fiesta a la que Eduardo no quiso acudir por temor a vomitar. No quería que las personas lo vieran así, y se respetó su decisión.
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Al llegar el mes de diciembre Eduardo ya estaba mejor, pero seguía sin poder realizar las actividades que normalmente hacía, como salir, correr, etc. El día seis era el cumpleaños número quince de mi hermana, pero no se pudo festejar como se tenía planeado. A pesar de todo, ella estaba feliz de tener a Eduardo en ese día tan especial. En determinado momento se pensó que estaría internado ese día, pero afortunadamente no.
El 30 de diciembre le tocó consulta y lo acompañé. Después de regresar, dijo que le dolía la espalda. Fue un dolor tan fuerte que lo hizo llorar y decir muchas cosas, como que el dolor lo estaba matando. Fue muy difícil verlo así, fue tanto el sufrimiento en ese momento, que creí que no podría soportarlo y lloré mucho. No me gustó ver a mi hermano así, a nadie le gustaría estar en una situación así, pero con una medicina que mi mamá le dio se pudo calmar el dolor. Eduardo le dijo a mi mamá que cuando lo viéramos así no nos sintiéramos tristes, que el dolor se le pasaría. Ahí pude darme cuenta de que era un niño muy fuerte.
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Ahora Eduardo ya está mucho mejor y nos acostumbramos a los cuidados que debemos tener con él. No hay que acercarse a él si estamos enfermos, no hay que fatigarlo y no puede comer ciertas cosas. Nos muestra que es un niño muy fuerte y a nosotros nos hace quedar como tontos; ya que a un pequeño problema que no debería tener importancia le damos demasiada, nos enfocamos en cosas pequeñas, sufrimos por cosas sin sentido o incluso deseamos el ya no estar en este mundo, pero no vemos a aquellos que realmente están pasando por un verdadero dolor. No le damos valor a la vida, cuando realmente tenemos suerte de no sufrir todo lo que sufren las personas con cáncer. Nadie está preparado para eso, nadie quiere padecer una enfermedad tan mala como esta, o que la sufra algún familiar o ser querido. En medio de la situación que vive mi hermano, a veces he deseado cambiarme por él. En definitiva ¿por qué él y yo no?
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