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La ley de la palma - M. F. Castro
Clo 4:47:00 a. m. 0
Aún recuerdo aquel dÃa; el último dÃa de nuestro verano perfecto...
—No quiero arruinar el momento, pero debemos hablar —dijiste con la voz cortada y sin verme a los ojos.— Hoy me voy de la ciudad.
Te encontrabas sentado a mi lado, tan cerca que podÃa escuchar tu respiración agitada tras la larga caminata que habÃamos hecho. Una de tus manos entrelazaba tiernamente la mÃa mientras la otra sujetaba una lata de Arizona que estabas a punto de terminar. Admirabas el melancólico —pero hermoso— atardecer que parecÃa pintado por el mismÃsimo J.M.W. Turner. El sol se derretÃa sobre el mar anunciando el fin del dÃa, la playa que habÃa sido testigo de nuestro efÃmero amor guardaba silencio.
TenÃas razón, ya no podÃamos posponer aquella charla, debÃamos enfrentar la incertidumbre. HabÃa disfrutado tanto ese último mes que olvidé —probablemente de manera intencional— su fecha de expiración. Antes de darte una respuesta cerré los ojos, fue como retroceder en el tiempo. Me vino a la cabeza el dÃa en que nos conocimos. Estabas parado afuera del café donde trabajaba, la perplejidad en tu mirada y el hecho de que no pronunciaras palabra alguna te delataba. Sigo sin saber qué te cautivo. Conforme frecuentabas el lugar, me enamoré de tu 1.88m de estatura, de tus ojos marrones y tu cabello alborotado; pero sin duda, fue tu mente la que me cautivó: inteligencia con buen sentido del humor. Todo lo que habÃa soñado corrÃa peligro. Definitivamente no querÃa perderte.
—Solo quiero lo mejor para los dos, Sebastián—respondà ambiguamente.
—Estaremos a cientos de kilómetros, no podremos vernos muy a menudo.
—Además, serÃa un error descuidar nuestros estudios solo por un noviazgo.
Notaba como las palabras que salÃan de mi boca se contraponÃan con mis sentimientos, no estaba siendo sincera. Me preguntaba si de vieja, cuando estuviera sola, sentada en una silla mecedora, con artritis y al borde de la demencia senil, me arrepentirÃa de esa última frase. Probablemente tú pensabas algo similar, sin embargo, ambos guardamos silencio. Odié mi ego, desprecié tu frialdad, querÃa marcharme para no prolongar la agonÃa, pero ante todo, deseaba con cada fibra de mi ser, tener un mundo paralelo al tuyo. Rompà en llanto y me abrazaste con fuerza.
—¡Ese es amor del bueno!— gritó un señor de humilde apariencia, le faltaban algunos dientes, mas eso no impidió que nos regalará una enorme sonrisa.— ¿La amas?
—S×respondiste sin titubear.
—Entonces los voy a casar por la ley de la palma.
HabÃa visto suficientes pelÃculas de amor, podÃa identificar las señales del destino a simple vista. Aquel era el hito de nuestra relación, la presencia del buen hombre que llegó por arte de magia era mi garantÃa de que tú y yo debÃamos estar juntos. No habÃa otra explicación. En ese momento comencé a creer en Dios, San Antonio, San ValentÃn y hasta en Afrodita, alguno de ellos habÃa enviado a ese ángel para evitar que cometiéramos la tragedia de separar nuestros caminos.
—¿Aceptas a esta mujer bajo las condiciones de la ley de la palma?—te preguntó con tono pausado pero firme, casi parroquial, mientras enredaba un cacho de palma verde en mi dedo anular.
—Acepto—dijiste con dulzura.
—¿Aceptas a este hombre bajo las condiciones de la ley de la palma?
—¿Qué implica la ley de la palma? —debÃa tomarme el asunto con la seriedad que se merecÃa.
—Todo lo que usted desee dama.
—Acepto.
—Ahora los declaro marido y mujer. Ya puede besar a la novia.
A partir de ese momento serÃamos uno solo. CreÃa en los milagros del amor, no habrÃa distancia capaz de separarnos. Te regalé el beso más sincero que mis labios han dado. Estaba a punto de agradecerle al serafÃn parado frente a nosotros por mostrarnos el sendero correcto ante la penumbra.
—Ahà con lo que gusten cooperar jóvenes—dijo el indigente mientras estiraba su sucia mano hacia nosotros.
Sacaste un billete de tu cartera y se lo entregaste. Observé cómo se alejaba, llevándose mis ilusiones entre sus trapos viejos y pedazos de palma.
—¡Ese es amor del bueno!—se escuchó que alegremente le decÃa a otra pareja sentada a pocos metros de nosotros—¿La amas?

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