Un mes sin ti - Danna Carreto

Todo comenzó un 14 de Agosto del 2019, debía acompañar a mis papás a asuntos de trabajo por lo que era muy temprano. Alrededor de las 8 de la mañana salimos de nuestro departamento, a lo lejos, escuchamos un maullido pero no le tomamos mucha importancia. Al subir las escaleras la vimos, una pequeña gatita sucia y de aproximadamente un mes. Decidí tomarle una foto como “recuerdo”  y seguimos con nuestro camino. Terminamos todos los pendientes, fuimos a comer y al llegar a casa nos encontramos con una gran sorpresa: ¡La gatita estaba dormida en nuestra puerta! 

Decidí darle un poco de leche, ya que habían pasado más de 9 horas y supuse que no había comido nada. Al no tener mascotas, no tenía croquetas o algo que darle, así que lo único que encontré fue una salchicha, la partí en trozos pequeños porque ella solo era un bebé. Mi papá, al ser tan estricto, no quería ni siquiera que la gata entrara al departamento, ya que esto causaría “problemas” por dejar entrar animales. Después de muchas súplicas lo convencí y metí a la gatita, puse periódico por todo el suelo ya que creí que ensuciaría todo, pero no, nos sorprendió mucho que ella hiciera sus necesidades en una maceta. 

Decidimos tomarle una foto y pegarla en la entrada de los edificios por si alguien la había extraviado o si se había escapado. Preguntamos en vigilancia y al parecer no era de nadie, no sabíamos qué hacer con ella y la única alternativa era quedárnosla o esperar a darla en adopción.  Después de rogarle mil años a mi papá, él accedió a tenerla y así fue como llegó la nueva integrante de nuestra familia.

La primer noche fue fatal para todos, la gata no sabía que mi casa era su nuevo hogar y que nosotros seríamos su nueva familia, estuvo corriendo toda la madrugada, se subía a nuestras camas a arañarnos la cara, maullaba, corría de un lado a otro y así hasta la mañana del dia siguiente. En el desayuno, mi papá fue muy claro con mi hermana y conmigo: si queríamos tenerla debiamos cuidarla y siempre mantener limpia su área. Accedimos porque después de 5 años de vivir en Tijuana, no habíamos tenido una mascota ¡y por primera vez tendríamos un gato!

Decidimos llevarla al veterinario para saber en qué estado estaba y saber aproximadamente cuántos meses tenía. Nos dijeron que tenía un mes y medio, a lo mucho dos, y nos llevamos una gran sorpresa, la gatita tierna que habíamos encontrado un día antes ¡era un gato! No le dimos mucha relevancia a eso, pero sí fue algo divertido. Ese mismo día lo vacunaron, lo esterilizaron e hicieron todo para que estuviera sano y nosotros nos quedáramos tranquilos al saber que él estaba en buenas condiciones. Esa semana nos encargamos de conseguir todo lo indispensable para él, compramos juguetes, camitas, un  arenero y todo lo necesario. 

Fue complicado ponerle un nombre de macho, ya que nos habíamos acostumbrado a que era hembra y él nos hacía caso con el nombre de “Dasha”. Buscamos por una semana entera opciones, pero ninguna nos convencía, hasta que vi una publicación de instagram con el nombre de “Kiri” y no se me hizo un mal nombre, así que les comenté a mis papás, les gustó y así lo nombramos. Sin duda era la persona más feliz desde el primer día que lo tuvimos, me dedicaba a jugar con él todo el tiempo, lo acariciaba, no paraba de tomarle fotos y videos, hablaba de él con todos mis amigos, realmente era muy feliz y Kiri también.

Pasaron los meses y su comportamiento fue cambiando con todos, excepto conmigo, siempre quería estar pegado a mí, me seguía por toda la casa, dormía conmigo y era mi fiel acompañante de todas las mañanas mientras me arreglaba para ir a la preparatoria. En cambio, con mis papás se comportaba un poco huraño, rasguñaba los sillones o maullaba mucho, este comportamiento fue cansando a mis papás, ya que consideraban que hacía mucho desastre y al yo no estar tanto tiempo en la casa, se ponía peor.

A finales de octubre de ese mismo año se debía renovar el contrato del departamento, mi papá comenzó a leerlo y en este se especificaba que no se podían tener mascotas. Mi papá se preocupó ya que él siempre quiere seguir todo al pie de la letra y una decisión así de difícil no se podía tomar a la ligera. Yo comencé a decirle que no pasaba nada, que un gato no hacía el mismo ruido que un perro y que nadie se daría cuenta que teníamos uno. También recuerdo haberle dicho que hay más departamentos donde tenían hasta 3 perros y que no pasaba absolutamente nada. Él no sabía qué decisión tomar, ya que no quería tener problemas con la administración de los condominios. Mi mamá habló con él y llegaron a la conclusión de que el gato no tenía la culpa de nada y que no ocasionaba problemas (siempre y cuando nadie supiera que lo teníamos). Yo estaba muy feliz por esa decisión, aún recuerdo que como “premio” le compré un disfraz de vaquero, ya que iba a ser Halloween al día siguiente. 

Todo iba muy bien hasta que un 25 de noviembre no se despertó al mismo tiempo que yo. Estaba dormido a los pies de la cama, terminé de arreglarme y él seguía dormido, sin ganas de nada. Recuerdo haberme ido preocupada a la escuela, ya que él siempre era muy activo en las mañanas. Al regresar seguía en el mismo lugar donde lo dejé. Mi mamá me dijo que tenía temperatura y no se había movido en todo el día. Fuimos al veterinario y en todo el camino fui abrazada a él, él estaba con su cobijita en mis piernas y yo tenía miedo de perderlo, estaba llorando al no saber qué era lo que él tenía. Al llegar al veterinario nos dijeron que era un resfriado y que debía quedarse internado toda la noche para que le suministraran medicamentos por vía intravenosa. Al día siguiente fuimos por él, e iba a estar en revisión hasta que se notara mejoría. Los primeros días estuvo bien, pero a la semana tuvo una recaída y debíamos llevarlo de nuevo, después de idas y vueltas al veterinario, él se mejoró y regresó a casa.

Todo parecía estar perfecto, yo estaba feliz y más tranquila porque Kiri estaba bien. Comenzó diciembre y todo iba de maravilla, pasaba más tiempo con él ya que habían terminado mis clases y tenia mis días libres, hasta que una semana antes del 24 mi papá fue a despertarme y sin darme explicaciones solo me dijo “el gato se va el 24”. Comencé a llorar e intenté buscar explicaciones del porqué de su decisión. Recuerdo abrazar al gato y decirle que era lo más bonito que tenía y que no quería que se fuera. Salí al comedor con mi papá y le pregunté el porqué acerca de su decisión tan repentina. Él me explicó que ya no podíamos tenerlo más porque estaba causando muchos problemas debido a su comportamiento impredecible, ya que con ellos podía estar bien un rato y al otro podía morderlos y arañarlos. Mi papá estaba cansado de esa situación, agregando que había terminado con nuestros muebles, los cuáles estaban arañados y mordidos.

Ese día sentí mucho rencor hacia mis papás, porque se me hizo muy egoísta de su parte que solo pensaran en ellos y no en mí, ni en el gato. Lloré, lloré todo el día, me sentí muy mal toda esa semana, pero decidí aprovecharla y disfrutar al máximo los últimos momentos con mi Kiri. Esa semana durmió al lado mío, recuerdo tomarle fotos en cada cosa que él estuviera haciendo. No descansé en decirle lo mucho que lo amaba y lo mucho que me hacía feliz, lo abracé, lo llené de besos. Pasó el temido 24 de diciembre, estaba desganada y sin ganas de festejar, porque no había nada que celebrar. El señor de la vigilancia, Don Socorro, quién fue su adoptante, me dijo para “consolarme” que él tenía un patio enorme, donde mi gato podía jugar todo el tiempo, también, que tenía otro gato y dos chihuahuas los cuales le harían compañía siempre. Eso me calmó un poco, sin embargo, yo me sentía muy triste y no paraba de llorar y abrazar a mi gato, que pronto ya no sería mío. El señor Socorro nos pidió que lo esperáramos una semana más para que el 31 lo llevara como regalo a su esposa. Mi papá accedió y yo me puse feliz de saber que estaría con él más tiempo.

En la madrugada del 25, recuerdo estar jugando cartas con mis papás y mi hermana cuando de pronto le entró una llamada a mi papá y aproveché para acariciar a mi gato, quien estaba dormido en mis piernas. Lloré al verlo tan tranquilo y tenía mucha impotencia de no poder hacer nada para poder seguir con él. 

En esa semana extra intenté consentirlo lo más que pude, le saqué más fotos de lo común y cada día aproveché al máximo su presencia, hasta que por fin fue 31. Para ser sincera el tiempo pasó muy rápido y debía ser fuerte de nuevo. El señor llegó con una jaula por él, eran las 10 de la noche y yo no podía soltarlo de mis brazos, lo abracé por última vez y tuve que despedirme de él para siempre. Al comernos las 12 uvas, solo pedía que el estuviera bien y que no le pasara nada malo. Mis papás me consolaban pero era imposible, porque realmente quise muchísimo a ese gato, a pesar de que ya había tenido mascotas, no tenía tanto apego a ellas, ya que estaba muy chiquita, pero con él fue diferente, y realmente lo quise y lo adoré como a nadie. Enero fue un mes difícil, de cambios en mi vida, de separaciones, y aparte, debía lidiar con que mi gato ya no estaría para consolarme. En marzo, cuando comenzó la contingencia por Coronavirus, el señor Socorro seguía trabajando en la vigilancia y diario le preguntaba cómo se encontraba el gato, hasta que un día él ya no regresó y perdimos contacto total con él.

El 10 de Octubre del 2020 le llegó un mensaje a mi papá de un número desconocido, en dicho mensaje decía que el gato había muerto, que le había dado un resfriado por cambios de temperatura y que no se pudo curar, simplemente ya no amaneció vivo. Mis papás no sabían cómo decirme por miedo a cómo me afectaría esto, hasta que el 12 de octubre me lo dijeron, nunca había experimentado la muerte de alguien que yo amara tanto, gracias a dios tengo vivos a mis abuelos y a mi familia en general, y por esto mismo nunca había tenido una pérdida así de fuerte y cercana, porque a pesar de ser una simple mascota se convirtió en un integrante más de mi familia, el cual se ganó el amor de todos y en especial, el mío.

A casi un mes de su muerte aún me duele mucho, las primeras semanas no tenía ganas de hablar ni hacer nada, ahora sé que debo ser fuerte y aunque sé que no lo voy a superar, debo aprender a vivir con esto, el saber que ya no me queda una oportunidad para volverlo a ver, a acariciarlo y darle un beso en su cabecita. Es difícil hacerme a la idea que no pude despedirme de él como tal, que no estuve cuando él se sentía mal y que de no haberse ido de mi lado tal vez él seguiría en este mundo. 

Aún recuerdo los primeros meses con él, recuerdo buscar en google “cuantos años vive un gato doméstico” aparecían resultados de 16 años e inclusive 20, y yo me hacía a la idea de que él estaría conmigo muchísimos años, pero no, el solo me duró 1 año y  ha sido el más bonito de todos.

No me quedan ganas de tener otra mascota porque me queda un hueco muy grande que es difícil de llenar, porque si bien sé que puedo amar a más mascotas, también sé que nada reemplazará el amor que le tenía a ese gato, porque realmente lo amo y lo amaré por siempre, porque cuando yo lloraba él solo se recostaba a un lado mío a hacerme compañía, porque siempre me lamía cuando veía que estaba triste y jugaba conmigo cuando me veía feliz y por un sinfín de cosas más que realmente no tengo palabras para explicar.

Realmente lo extraño, me duele su ausencia, me duele saber que ya no está más, que nunca volveré a verlo, a acariciarlo, me duele pensar que se fué y no pude hacer nada para evitarlo y por más que piense que él está en un lugar mejor no dejo de culparme por dejarlo ir, debí protegerlo ante todos, pero no fue así y ahora él no está, me quedé con un vacío enorme que no sé si podré llenar pronto, el era especial, sin embargo, lo recordaré mientras viva y guardaré un espacio en mi corazón.

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