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El toro - Ryan Uriel Marcos López
Clo 10:08:00 a. m. 0
Una imagen vino a mi mente al caminar por el patio en el que un día jugué: un toro furioso me embistió y por poco me rompe la garganta; me dí cuenta de todo cuando desperté en una camilla de hospital. Jamás había sucedido algo similar en la localidad, casos similares habían sido mostrados por diversos medios de comunicación, pero nunca antes ocurrió algo así en ese sitio. Fue desconcertante. Toda la gente se reunió alrededor para ver la grotesca escena. Todos ellos estaban bien, excepto yo. No tuve tiempo de voltearme. Los demás tuvieron tiempo de correr, mientras la bestia, con cada golpe, me llevaba a la inconsciencia lentamente.
Esa tarde el toro atravesó mi pecho. Mi chaleco y otras prendas quedaron atoradas entre sus patas, incluso un pantalón que yo no traía puesto. Los rastros de sangre y pedazos de tela quedaron esparcidos varios metros a la redonda. Ni siquiera pude abrir los ojos cuando llegaron los paramédicos. Todo mi cuerpo se sentía aplastado y sin fuerza. Claro que no recuerdo mucho, la mayor parte de lo que sé me lo han contado después.
El hospital más cercano se hallaba a una hora del sitio en el que se suscitó el accidente, nadie imaginó que un pequeño descuido me arrancaría la vida por un mes. Fue todo un problema encontrar a alguien que nos pudiera llevar. No estábamos en un entorno urbano, sino campo adentro.
Al principio estuve deprimido, sin ánimos. Pensé en aislarme del mundo por un tiempo. Necesitaba reflexionar sobre lo que había ocurrido, calmar el dolor que sentía. Comencé a perder la razón.
Ingresé al hospital para hospedarme por tres meses. Unas merecidas vacaciones me esperaban, mas no las pasaría jugando en el patio que tanto añoraba. Tres huesos rotos me cobraron factura y desde entonces me recuerdan lo frágiles que somos, ya que no soporto el dolor cuando regresa la gelidez del invierno en este norte desértico. Al principio me costó recuperar la movilidad de mis brazos y piernas, solo podía moverme con la ayuda de otra persona y a través de una silla de ruedas. ¡Qué desafortunado es para un niño que quiere jugar todo el día, permanecer quieto y despreocupado!
Un mes se convirtió en un año. Recuerdo claramente las indicaciones médicas: no debo apoyarme en la pierna rota bajo ningún motivo. Si hubiera seguido las indicaciones al pie de la letra, quizá hubiera sanado pronto. Pero, como niño inquieto y retador, preferí experimentar arriesgando mi propia integridad.
En el hospital existía un área para ver televisión. Asistía a esa habitación con frecuencia, pues lo consideraba un gran lugar ideal para conocer a otras personas y conversar. Fue ahí donde conocí a J. Un chico negro se acercó a mi silla y yo estaba dispuesto al diálogo. Él fue muy amable conmigo y me contó su historia. Venía desde lejos, migrando y acompañando a su familia. Platicamos cada tarde durante un mes. El hospital se sintió un poco menos vacío y frío gracias a él. Platicábamos sobre aquellas cosas que eran de nuestro agrado. Yo no paraba de hablar sobre el fútbol, y J me hizo prometerle que jugaríamos baloncesto algún día.
Recuerdo aquella mañana de otoño, asomé la cabeza al patio y pensé en las tardes que pasaba jugando antes del incidente. Supuse que sería un día tranquilo, cómo cualquier otro, solo debía dirigirme al colegio después de comer y evitar que un enorme bobino me embistiera.
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