Rohanna - V. Y. V. M.


Hace muchos años conocí a una niña llamada Rohanna. Una niña talentosa, creativa, amable y generosa, la cual se convirtió en una de mis mejores amigas. Las dos estuvimos juntas en primaria, y en la preparatoria el destino decidió volver a juntarnos. Es una de las personas más fuertes que conozco, porque sé todo por lo que pasó desde su niñez hasta su adolescencia debido al bullying.

Rohanna es alta, delgada, de cabello castaño, piel morena y ojos negros, grandes y almendrados, su aspecto físico no debería de importar al mencionar sus talentos, ya que esto no es un factor importante en el desarrollo de las personas, pero desgraciadamente es lo primero que se juzga en alguien.

A principios de este año decidimos salir a tomar un café para platicar sobre una semana agotadora en la escuela. Concluímos exámenes y eventos importantes para nuestra preparatoria así que escogimos una cafetería nueva, tranquila y acogedora, en nuestra ciudad.

Esta cafetería tenía un gran sofá en su interior, extrañamente éramos la única clientela del lugar. El día estaba muy frío y la soledad del lugar no era común, pero no nos incomodó. Hablamos sobre diversos temas, tanto escolares como personales. Uno de ellos y el que recuerdo perfectamente hasta el día de hoy fue el bullying. Rohanna comenzó platicando sobre el día de su nacimiento:

–Nací en Tijuana, de seis meses, por ello tuve problemas para desarrollarme igual que los otros niños.–Dijo con una risa nerviosa. – De niña era muy pequeña de estatura, obviamente me desarrollé muy tarde, entonces a los seis años era mucho más chica que mis demás compañeros. A esa edad los niños son muy crueles y recuerdo que siempre me decían cosas muy hirientes.

–¿Los niños de kínder? ¿Tan chiquitos? – dije sin poder imaginar lo que me estaba platicando.

–Sí, se burlaban mucho por mi color de piel, por mi nombre y porque no me parecía a mi mamá. Ella es de tez blanca y pecas, ¡y yo no tengo nada de eso! Los niños se daban cuenta y me preguntaban si en realidad era mi madre. Eso me causó mucha inseguridad, yo le preguntaba a mi mamá por qué no podía ser como ella, por qué tenía que ser "negra" (como los niños me decían). –Dijo con un tono de desesperación en su voz y decidí quedarme callada para seguir escuchándola.

–Cuando entré a primaria siguieron las burlas, pero ahora en vez de ser solo en la escuela, también se burlaban de mí mis vecinos. Intentaba jugar con ellos y me hacían menos, me agarraban como su “puerquito” y me trataban mal. En una pijamada que tuve con ellos no me dejaron dormir a su lado en colchones en el piso, hicieron que me durmiera sobre unos cables en la esquina de la habitación.– Dijo con tono triste y paró por un momento.

–¿Por qué no le dijiste a los papás o por qué no pediste irte a tu casa?– le dije un poco confundida.

–Porque creía que era amistad, pensaba que eso hacían los amigos y que era normal, siempre me hacían sentir menos y lo dejaba pasar porque nadie me explicaba que eso estaba mal.

–¡Ay, no! –dije inconscientemente.

–Esa noche no dormí nada, –continuó- o sea, estaba sobre unos cables, no es bueno ¿sabes?... No sé explicarme –regresó su desesperación- pero bueno... Recuerdo que también me decían insultos como zorra, pero como eran menores debían disfrazarlo con otras palabras como “arroz quemado”, zorra y quemada. –Rió con incomodidad mientras yo no podía creer de donde salía el odio de quienes le hablaban así.– Siempre me decían cosas así. Pasando a la secundaria fue peor, ya que yo odiaba mi escuela, no quería estar en ella y algo que empeoró mi experiencia fue que todo mi salón se burlaba de mí porque yo era muy perfeccionista. También recuerdo que le caía mal a una maestra nueva, hablaba mal de mí, me enteré de ello porque una conocida me dijo las cosas que decía la señora de mí, ¡se metía con una niña que no le hizo nada! Nunca entendí por qué hacía eso.

–Doña loca. –Dije en seco y fue lo último que dije por mucho tiempo.

–Ay Vane –dijo entre risas y siguió platicando- hubo un tiempo en el que estuve faltando porque no me daban ganas de ir a la escuela. Todas las mañanas esperaba a que mis papás salieran de casa para hacerme la loca y que no se dieran cuenta de que no asistía a clases. Nunca se dieron cuenta hasta que una prefecta que me daba clases de Historia notó mi ausencia recurrente y me mandó a Dirección un día que sí asistí a clases. Mandaron a llamar a mis padres y tuve que decir todo lo que estaba ocurriendo... Regresando un poco a mi problema de identificar la verdadera amistad me acabo de acordar que los que se hacían llamar mis amigos me robaban cosas. Cuando comencé a ir a clases regularmente, mi mamá me hacía lonche todos los días: hot cakes, sandwiches y así; entonces ellos de repente llegaban y me quitaban toda mi comida y me dejaban sin nada. Se tomaban mis bebidas y si yo les reclamaba. Se excusaban y se quejaban porque decían que si le contaba a la profesora no me volverían a hablar. También me hacían menos y como siempre me ha pasado se burlaban de mi nombre, me daban apodos como “rana” “roabic” y otros que no quiero ni recordar. –Dijo con un gesto de desagrado en su rostro.–Igual se burlaban de mi tono de piel y eso me creó una gran inseguridad, por mucho tiempo odié mi color de piel y mi nombre. Un día hubo una convención aquí en Tecate, no recuerdo muy bien de que era, pero uno de mis amigos llamado Rogelio se compró una cajita muy cara, que no recuerdo para qué era. El caso es que al día siguiente en la escuela mis amigos y yo nos juntamos para platicar en un lugar con césped dentro de la escuela; un rato después una amiga llamada Tamara nos habló sobre esconder la cajita que había comprado Rogelio para hacerle una broma. No creí que fuera buena idea, entonces decidí no participar pero tampoco detenerla. Tamara tomó la cajita, la escondió y se fue a otro lugar de la escuela. Unos tres minutos después llegó Rogelio preguntándome sobre su cajita, con un tono de enojo solo me preguntó dónde estaba. Yo le contesté que no sabía, que no sabía de lo que me hablaba; siguió preguntando y seguí respondiendo lo mismo hasta que con un movimiento de mano rápido me agarró del cuello y me presionó hasta tumbarme hacia atrás en el césped y ahí utilizó sus dos manos. Intenté quitarlo pero no podía y nadie me ayudaba, solo veían callados mientras Rogelio me estaba ahorcando. Mi mente bloqueó lo que continuó porque solo recuerdo ver llegar a Tamara aventándole la cajita y levantándome.

-¡Dime que lo demandaste! –dije exaltada– ¿cómo es posible que no hubiera ningún profesor por ahí? ¿por qué no le dijiste que la había escondido alguien más?

–No le dije quién lo había escondido porque si me hizo eso a mí sin tener razón, no me imagino que pudo ser capaz de hacerle a Tamara. –Dijo con una tranquilidad que nunca pude entender.

–¿Qué hicieron tus papás? Dime que se dieron cuenta –dije, en este momento ya habíamos cambiado papeles, yo era la desesperada y ella la tranquila.

–Les dije porque al día siguiente no me sentía bien, mi garganta comenzó a inflamarse, me dolía y se me complicaba respirar –decía mientras tenía sus manos alrededor de su cuello.– Mis papás explotaron cuando les conté cómo había pasado todo, querían demandar hasta a la escuela. Fui al hospital y estuve en urgencias, mi mamá tomó evidencia y las llevó a la escuela e hicieron que los papás de Rogelio supieran lo que había hecho. Ofrecieron pagarme los gastos médicos pero mis papás no aceptaron, lo único que aceptaron fue que se cambiara de escuela y así fue, no lo volví a ver hasta la preparatoria.

–¿Es Rogelio…? –dije su apellido y el grupo en el que estaba y Rohanna asintió con la cabeza.– No puede ser, nunca terminas de conocer a alguien.

–Ya sé –dijo desanimada.– Creo que eso ha sido lo más grave que me ha ocurrido. Ahora en la preparatoria no me ha pasado nada que no pueda superar, ahora sí sé lo que es amistad y tengo amigos realmente buenos, que me quieren como soy.

–Ay Ro, en serio que feo que hayas pasado por todo esto –dije con tristeza.

-No te preocupes ya está un poco superado, mi mente a veces no lo recuerda, pero bueno ya, hay que cambiar de tema, ¿cómo te fue con la Silver?

–Muy bien Ro, muy bien –dije entre risas.

Así dejamos de tratar el tema del bullying en nuestra conversación. Llegó de manera repentina y de la misma forma se fue. Un tema difícil para la víctima y con muchas sorpresas para quienes no lo vivimos directamente. El bullying no está justificado en ningún caso. La vida de alguien es importante en todos los sentidos y aunque algunas personas se hacen más fuertes con esas vivencias, hay quienes tienen un trabajo más duro para superarlo. Enseñemos mejor, demos más amor y ayudemos a quienes vemos que nos necesitan en este tipo de situaciones, nunca hay que quedarse callados.


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