¡Baila! - S. L. P. J.



Desde pequeña he bailado. Siempre ha sido mi manera de desconectarme del mundo, de sentir y de expresarme. He practicado muchísimas disciplinas dancísticas: desde ballet, bachata, lírico, hasta salsa. Yo era feliz en el ballet, pero crecí y mi maestra tuvo que retirarse por motivos personales. Nunca encontré otra academia igual, pero seguí buscando e intenté algo nuevo. Entré a jazz, a tap, clases de merengue, salsa, bachata ¡e incluso calabaceado! Sin embargo, ninguna me llenaba del todo, no volví a sentirme a gusto ni 100% llena; aunque no importaba, porque seguía activa. 

Todo esto cambió cuando entré a la preparatoria. Tenía entre 15 y 16 años cuando en el segundo semestre se abrió un taller de “danza urbana” para el turno vespertino. En ese entonces yo solamente tenía una idea de lo que era, pero nunca me imaginé que la decisión que tomé de entrar ahí sería una de las mejores que pude haber hecho en la preparatoria. Danza Urbana (DU) se convirtió en mi hogar, mi lugar seguro, donde podía ser yo sin miedo a ser juzgada. Ahí conocí a algunos de mis mejores amigos: Brandon, mi maestro de DU y eventualmente mi amigo; Fabiola, mi actual mejor amiga; Josué, un gran amigo y maestro en muchos aspectos. 

DU, aparte de ser mi lugar favorito, cumplía con todas mis expectativas, con todo lo que yo buscaba en academias y nunca encontré. Con el tiempo fuimos subiendo el nivel del taller, yendo a clases externas a la preparatoria, entrenando en casa y demás. Gracias a la unión que logramos entre el taller, nos decidimos a formar un nuevo grupo, algo independiente y mejor. Teníamos planes enormes para nosotros. Brandon sería el líder, Josué podría ser coreógrafo y los demás bailarines. Todo se perdió cuando llegó la pandemia. El COVID-19 nos arrebató nuestro último semestre, así como todas las presentaciones restantes.

Personalmente, la cuarentena me ayudó. Tuve tiempo de dormir, descansar, cuidar de mí misma, hacer ejercicio, convivir más con mi familia, amarme más, tomar más clases de baile, etc.

Conseguí trabajo a mediados de Junio. Esto me provocó un poco de conflicto en cuanto a mi estabilidad emocional, ya que yo tenía toda mi rutina planeada y llegar a un nuevo trabajo logró sacarme de mi zona de confort. 

En un principio estuve un poco preocupada, pues desde que comencé a trabajar no había sentido nada (sentimentalmente hablando), cuando antes yo era un mar de emociones. Apenas unos meses atrás yo solía ser muy enamoradiza, al nivel de que si alguien mostraba un poco de interés en mí, yo caía. Sin embargo, desde entonces puedo hablar con quien sea y difícilmente sentiré algo. No quiero decir que me haya vuelto antipática u odiosa; simplemente, por el momento no estoy interesada en algo más que amistad.

Dejé de bailar durante 3 meses aproximadamente tras conseguir el trabajo. Un día cualquiera, se presentó una oportunidad de tomar clases presenciales (con medidas preventivas). No eran clases de cualquier persona, ¡eran clases de Josué! Mi emoción por ir estuvo a tope durante toda la semana, y ese día fue el mejor día que tuve en esos meses. Volví a sentir. Realmente yo no sabía el valor que tenía el baile en mi vida, y ese día pude apreciarlo. Miré a Brandon y a muchos otros de DU. Se sintió como en los “viejos tiempos” y me sentí feliz de nuevo. Recuerdo que cuando iba camino a la clase, no podía dejar de moverme en el carro. Cuando bajé y miré a mis amigos sentí la serotonina corriendo por todo mi cuerpo. 

El salón en el que ensayamos era amplio y tenía ventanas grandes para mantener la ventilación. La clase fue de 5:00 a 7:00 p.m. y el sol estaba en sus últimos momentos, lo que hizo la clase aún mejor. El ambiente era ligerísimo, sentía que volvía a ser yo con cada respiración, cada nuevo paso aprendido. Sentí que volví a vivir. La clase terminó con éxito, e incluso conocí a un chico al que ahora puedo considerar mi amigo. Seguí los consejos de Josué y dejé todos mis problemas allá.

Al terminar la clase y salir a la calle el ambiente era fresco, pero no helado. Subí al carro feliz, con mi mente en las nubes y el corazón a mil por hora. Recuerdo que esa noche dormí muy a gusto y sobre todo, contenta, ya que después de tantos 


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