Viejo amigo - M. A. P. A.



Era una de esas frías madrugadas de invierno en la ciudad de Tijuana, el viento soplaba y las ventanas se estremecían, ese era el único ruido del exterior que cualquier persona podría haber escuchado en esa oscura habitación. Todos dormían plácidamente, pero tú, viejo amigo, tú te preparabas para la aventura de tu vida, dando vueltas como un maníaco, revisando una y otra vez tu equipaje, porque no era cualquier día. En unas horas más, te encontrarías con tus amigos en el aeropuerto, para subir a un avión que los llevaría a la grandiosa Ciudad de México (CDMX), capital del país; un mundo completamente nuevo para ti, mi ansioso amigo.


¿Cómo no estar ansioso? ¿cuántos meses habías estado anticipando esta travesía? ¿5 meses? Tal vez fue más tiempo que eso, ¿no recuerdas cuando estabas en segundo de secundaria, cuántas veces te dijeron acerca de este enorme viaje que los de tercero de secundaria tenían? El tiempo voló, un año pasó, después unos meses más, llegó febrero, hasta que finalmente era el día… y tú, ansioso, dabas vueltas por la habitación. 


La odisea que se aproximaba te tenía muy intrigado, tal vez se debía a que nunca habías viajado demasiado. Sí, alguna vez visitaste Sonora, San Diego, y las ciudades de tu estado, ¡pero por favor! A pesar de que fueron viajes muy divertidos, el destino al que te dirigías pertenecía a otro nivel. Lo que más emocionado te tenía, supondré, era el distintivo estilo de vida de la metrópolis, porque yo te conocía, viejo amigo, y la historia de México te era indiferente, al igual que el arte. Tú no estabas tan emocionado por ver el Templo Mayór o el Palacio de las Bellas Artes, tú estabas más interesado en pasearte por Polanco o ver el estadio Azteca. Más que nada, te emocionaba estar con tus amigos, reirte con ellos, pasearte con ellos. Esa iba a ser la mejor parte del viaje.


Llegaste al aeropuerto, el sol ya había salido. Viste a la lejanía a tus amigos detrás de la inmensa fila. No estabas soñando, en serio ibas a CDMX. Tu madre insistió en tomarte una foto antes de que te fueras, ¿recuerdas?. Y permíteme decirte algo, amigo mío, tú no eres alguien feo, pero en el tiempo que fuiste a Ciudad de México, fue cuando más horrible te habías visto en tu vida; con esos lentes, tan pegados al rostro que parecían lentes de alberca, y ese peinado que se asemejaba a un gorro de alberca. Sí, parecías un nadador profesional, en el peor sentido de la palabra, no obstante estabas feliz, es todo lo que importa.


Ya en el avión, en los momentos de silencio, varias cosas pasaban por tu cabeza. ¿Cómo sería el hotel?, ¿que comerían?, ¿a dónde irían ya en la ciudad? Cuando no pensabas estas cosas, estabas tonteando con tus amigos. ¿Recuerdas las vistas? Dudo que ese cielo azulado y esa visión de la tierra -que de vez en cuando colindaba con el mar- a tal altura, pase a tu olvido pronto. Al ver las primeras señales de urbanización, te emocionaste; pero cuando pasaron diez minutos y el avión seguía pasando sobre la ciudad, supiste que se trataba de una ciudad enorme.


Eventualmente llegaste al hotel, te sentías como en una aventura. Al fin estabas lejos de tus padres. No estabas por tu cuenta por completo, ya que las autoridades escolares te supervisaban, pero tenías una habitación de hotel para compartir con tus amigos. En ella hicieron un completo desastre. ¡Cómo te divertiste, viejo amigo, haciendo tontería tras tontería!


Al día siguiente fueron al imponente Castillo de Chapultepec, con tanta historia. ¿Recuerdas todas esas antigüedades en el museo? No creo, ya que ni les prestaste atención; de hecho, así fue también en el Museo de Antropología e Historia. Pasaste en frente de la Piedra del Sol, en frente de tan mítica pieza, mas no creo que te hayas emocionado o maravillado. Si no me equivoco, te reías con tus amigos por puras tonterías. Qué desperdicio, si me preguntas, pero cómo te divertiste.


No puedo creer que lo que más te emocionó fue el estadio Azteca. Tú no eras ni fanático del fútbol ¿Sabes quienes sí eran fans? Así es, tus amigos; y tú hubieras hecho lo que fuera para complacer a tus amigos, ¿verdad? Tal era tu vacío, que ni siquiera el centro cultural e histórico de México despertaba tu interés, lo que te interesaba era lo que le interesara a tus amigos, nada más. Fuiste a la Catedral Metropolitana, al Museo de Frida Kahlo, al Palacio Nacional, incluso a la mismísima Teotihuacán, estuviste en lo alto de la Pirámide del Sol, tenías como paisaje cientos de años de historia, y solo querías hacer reír a tus amigos. Podría continuar hablando de los lugares en los que estuviste y no aprovechaste del todo, pero fue una semana muy larga y yo me estoy quedando sin tinta. Todo esto lo viviste, hermano, lo viviste, mas dudo que lo apreciaras realmente.


¿Quieres mi opinión?, ¿quieres que te diga si creo que valió la pena este viaje tan costoso? Bueno, claramente te he demostrado, amigo mío, mi inconformidad con tu falta de madurez y actitud complaciente, poco seria, con un grupo de amigos con los que ni siquiera tienes tanto contacto hoy. Sin embargo… ¿Puedo culparte? Siempre está en el aire la posibilidad de que esté siendo demasiado duro contigo. Es decir, claro que no prestaste atención a lo que estaba en frente de ti en ese momento, pero cómo te divertiste, viejo amigo, te divertiste como nunca. Mucha gente “madura” a veces se olvida de disfrutar del momento, pero tú, en tu ignorancia, lo lograste. Solo por esto, siento que tu viaje no fue un completo desperdicio. Viviste momentos que nunca olvidarás y al final del día fue una aventura única. La tinta que me queda no alcanza para describir todo lo que sentiste en esas noches, en la terraza del hotel, en las calles principales de la ciudad. Puedo mencionar que si bien no lo apreciaste en su totalidad, nunca olvidarás ese día, cuando veías el panorama urbano desde el Castillo de Chapultepec, con el sol por todo lo alto, y decidiste que lo que querías hacer en esta vida era viajar y viajar; por todas las razones equivocadas, pero habías descubierto un nuevo deseo, una nueva aspiración.


A pesar de todo mi sermón, he de quitarme el sombrero ante ti, viejo amigo, porque independientemente del viaje y de lo que apreciaste o no apreciaste, de regreso a Tijuana, en esa noche lluviosa, diste la cara cuando en el avión se vivió una situación de crisis. Casi todos sufrieron un ataque de pánico. Había vómito y lágrimas para regalar. Pero tú, viejo amigo, realizaste una hazaña. En vez de entregarte al caos y a la desesperación, te mantuviste sereno, y en contra de todo pronóstico y junto a otras cinco personas, tranquilizaste a gran parte del avión. Sacaste a relucir tus dotes para calmar a la gente (dotes que no sabías que tenías) y estuviste ahí para las personas que confiaban en ti. 


Después del aterrizaje, esperaste a uno de tus amigos afuera del baño, mientras intentaba recuperarse del susto. Una vez en la escuela, todos ellos no hicieron más que darte las gracias.


No estuviste tan mal, viendo en retrospectiva. Sin embargo, si hoy tuvieras la oportunidad de tener un viaje como ese, lo tomarías de una forma completamente diferente, con algo más de seriedad. Estoy tan orgulloso y tan decepcionado de ti, que creo que estoy mucho mejor teniéndote lejos. He intentado aprender de lo bueno que hiciste, pero tristemente la mayor parte de tu persona es inmadura e ignorante, así que, aprovecho este medio para despedirme de ti, viejo amigo, viejo yo. Hoy en día, creo que he encontrado un buen equilibrio entre las cosas que debo apreciar en la vida y los momentos en los que es válida la dispersión. No puedo esperar para ver qué clase de aventuras vendrán en el futuro. Tristemente, tú no estás invitado. Adiós, viejo yo.


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